La primera vez que supe del amor se me pareció a una puerta.
Conocí el mundo a través de los brazos abiertos de mi mamá.
En ese gesto rutinario y cariñoso, estaba la promesa de sentirme a salvo. Cuando los abría me animaba a que algo nuevo sucediera como si me dijera adelante, todo te espera. Lo que hice fue nadar en el mar, cocinar galletas de mantequilla, armar castillos de arena, dibujar lo que mi imaginación mostró, lanzarme a la piscina venciendo el miedo... Si las cosas no salían como yo esperaba, sus brazos se abrían tanto como el viento y nada me pasaba porque ella me sujetaba fuerte.
Con los años descifré que la vida cotidiana junto a ella; las carteleras, las recetas auténticas convertidas en rituales, los jabones hechos a mano, su talento innato para embellecer espacios y decorar fiestas o las tardes de pintura, eran la manera de prestarme su sensibilidad, de dejarme una herencia creativa. El amor siguió siendo una puerta por la que yo entraba y no salía siendo la misma.
Lili supo sembrar con tanto asombro el arte en mí, que viajé a Barcelona a estudiar diseño de interiores para expandir su legado.
Pero la vida suele demolerte espontáneamente y desviar tus rumbos. El cáncer de ovario, aquel que ya había superado, volvió a habitarla. ¿Cómo se siente la fragilidad? Como intentar coser una camisa que insiste en deshilacharse. En cuanto pude viajé a Colombia, con ningún anhelo distinto que el de ser esa niña que reposaba en los brazos de mamá. No era la única con esa voluntad, ambas queríamos un refugio que pausara las angustias, un caparazón en el que estar alejadas de todo, como si yo pudiera volver a su vientre, como si ella pudiera cargarme de nuevo.
Necesitábamos que el tiempo se sintiera más ligero, que el silencio no ocupara mucho espacio, así que agarramos el arte como lo que era en nuestras vidas: un puente que nos conectaba y nos sostenía. Fuimos al centro de la ciudad y compramos materiales para hacer unos cuadros de la virgen de Guadalupe.
Elegimos esa porque era la que estaba en su habitación, a la que le rezaba cada noche y la que, místicamente, sus amigas siempre le regalaron.
Es justo decir que aquellos fueron días muy dichosos, que el mundo marchó a una velocidad más apacible, que disfrutamos la compañía de la otra intensamente, que el final fue tranquilo pero punzante. No supe qué hacer con el dolor cuando mi mamá murió y lo único que se me ocurrió fue encerrarlo en cajas y regresar a Barcelona.
El dolor no solo asfixia, sino que paraliza.
Todo fue confuso y misterioso.
Entre terminar mis estudios, encontrar un trabajo y conocer la vida sin mi mamá me sentía una malabarista torpe, incapaz de atajar nada. Quería trabajar en algún estudio de interiores, pero cada vez que lo intentaba alguna traba aparecía.
Esta situación se repetiría con mi abuela materna y, luego, con mi abuela paterna. A ambas les descubren cáncer y ambas mueren y en ambos momentos lucho por encontrar trabajo, sin ningún resultado.
Aunque no lo notara en ese entonces, aquel remolino fue un regalo porque llegar hasta un fondo desconocido implica buscar otra luz.
Lo que hice fue rebobinar mi vida, devolverme al origen, esculcar en mis entrañas para entender que desde otros universos el poder de Lili, Tita y Nonna, mis dos abuelas, me estrujaba a un nuevo lugar.
Supe que las tres me estaban abriendo una puerta por la que aparecía el amor. Fue como escuchar otra vez su voz susurrándome adelante, todo te espera y adelante me esperaba ella, mi mamá, mammamia, Madre Mía.
En 2023 nace Madre Mía como un homenaje a Liliana, mi mamá, a su luz amable que me guía y a su fe indiscutible en el arte.
Nace como un vínculo insondable entre lo que fuimos y lo que seremos y, también, como mi propio renacer. A través de estas vírgenes no solo evoco la compañía de ella, también acudo a su don de calma para que la angustia que estás transitando, la aquiete, la trascendencia del amor.
Deja que la tristeza
sea incendio y queme.
Deja que la herida cave un hueco.
Deja que las lágrimas ahoguen.
Deja que el dolor ya no quepa
para que tenga que salir
y entonces:
arma una fogata con el fuego, siembra un árbol en el hueco, inventa otro mar con tanta agua,
regresa al amor y hazlo tu amuleto: poco a poco, el corazón recordará cómo es que se late.
Para que esta virgen llegara hasta ti, entendí que el dolor es maleable: hay que amasarlo para volver a creer.
Te presto un poco de mi fe.